Comienza con el insomnio producido
por el cansancio acumulado o por las preocupaciones ufanas que carcomen la
conciencia viciada de inseguridades y miedos a medio engendrar, agitándose en ventoleras
las aspas de los párpados, obligándolos a permanecer abiertos más tiempo de lo
cotizado, amenazándolos con la muerte si se atreven a cerrarse y dejar que el
sueño retorne al trono arrebatado por la noche.
Le sigue la desesperación de
sentir sobre el cuerpo el peso monumental de las frazadas tibias en demasía provocando
la asfixia y la sudoración crónica, se palpa la aspereza de las sábanas y el
recorrido del escalofrío a través de la piel. La densidad del aire es tal que
las pelusas se mantienen atrapadas en suspensión sin posibilidades de escapar a
ningún sitio…Cuesta respirar y las almohadas, el colchón, se vuelven rígidos y
encima se sigue sumando peso. Hay mucha luz dentro de la habitación, maximizándose
al rebotar en las paredes tan blancas como la nieve, concentrándose en el
medio del techo reducido a un par de tablas clavadas juntas…el candil estalla con
el trascurrir un par de segundos y la claridad irrita los ojos, los enceguece y
los devuelve a las tinieblas, a las sombras batidas con tres tazas de silencio
destilado y adornado con trozos de tic-tac que invaden la casa vacía con su eco
reiterativo, aunque un tanto anestesiante, pero que al final, termina poniendo
los nervios de punta.
A lo lejos el ladrido intermitente de
los perros se vuelve perturbarte mientras avanzan las horas y el letargo no
regresa. Molesta y el aullido aumenta creándose una sinfonía canina que actúa
delante de las estrellas de un debut casi prematuro y lleno de desafinaciones
garrafales perdonadas porque se tenía intenciones de perdonar.
El paso del tren por los rieles da a
entender que tiene que ser cerca de las cuatro de la madrugada, aunque
realmente no importa: cuando el insomnio ataca no tiene la decencia de
preguntar la hora, o si el humor acompaña o si a la mañana siguiente se tiene
algo qué hacer. No, solo lo hace y punto. Llega, se queda, abusa y se va, sin
importarle nada, ni nadie…
El atrincheramiento entre los cojines
por las incontables vueltas dadas afanando en encontrar alguna postura cómoda,
el calor almidonado perdido en un momento de inconsciencia y languidez, causan
desorientación. Ya no se sabe dónde se está, por qué se está ahí, en realidad si
se está donde se supone que estaba al acostarse y se descubre que hay más de
una forma de perderse en una cama.
Da pánico estirar un brazo para alcanzar
el interruptor de la lámpara y se prefiere dejar la penumbra, la incertidumbre,
el miedo irracional tal cual hasta armarse de valentía inventada y a paso lento
tantear el camino, llevándose al vacío las cosas puestas en el velador por
factor desconocido; se prende la luz y desaparece el espectro reinante del
desorden espacial, se mutilan las fantasías que afanan en causar problemas
donde desde hace mucho no hay calma, y el sueño comienza a aparecer de donde
había quedado oculto antes… ya no hay vientos que amenacen a los párpados, que
se cierran justo cuando el sol se alza imponente en el firmamento y se recuerda
que ese día, ese día no hay nada que hacer, excepto seguir imaginando cosas
donde nunca las hubieron.
ESCRITO POR: FRANCISCA
KITTSTEINER