lunes, 23 de mayo de 2016

CUASI DELITO DE BICICLECIDIO



Como todos los días, a las cuatro de la tarde y por la siguiente hora, estaba permitido no pensar, no tomar decisiones, no planear un futuro, ni encuentros fortuitos, no amarte. Por una hora, como todos los días a las cuatro de la tarde era la bicicleta, el camino y la música lo único por lo que podía preocuparme.

Últimamente la bicicleta ha sentido la ira de la desesperación que entrega un corazón condenado a muerte, sin jamás negarle el consuelo. Hasta sus llantas se reventaron tratando de calmar mi dolor. Me da pena. No tiene la culpa, pero la paga. Ahí está, dispuesta a aguantar mis monólogos con el viento y ver mis lágrimas desfilar sobre todo cuando  pueden pasar desapercibidas con la bruma que se levanta en las tardes de mayo, en Chile, después del cambio de hora.
No hace preguntas ni menos las contesta. Anda. Me lleva. Y de alguna forma u otra, le da descanso a mi conciencia.

El camino fue minuciosamente estudiado, cosa de andar tranquila sin los disturbios que causan los autos al pasar amenazantemente cerca como imponiendo respeto por ser más grandes. Quizás así se siente dejarse caer… Amenazante.
Avenidas interminables, árboles deshojados con las constantes lluvias de procedencia intermitente, el petricor apareciendo de a poco desde la tierra que circunda a las líneas del tren, los perros que en un principio se lanzaban a morderme los tobillos, ahora se lanzan para recibirme contentos como su visita diaria que les dedica un <<¡Hola perritos!>> a la rápida. Increíble cómo cambian las cosas en tan poco tiempo…Los que en un principio te odian, con los días se alegran al verte pasar y los que en un principio se alegraban de verte pasar, ahora desconocen la existencia de un pasado en común o del cariño que se alojó en un recuerdo (Aunque vi la sonrisa que te robé hace unos días cuando nos volvimos a ver…Esto ya es crueldad, ahora que lo pienso).

La música. Mi muy amada música. No soporto el silencio. Me perturba y el ruido de tráfico, me hacen pensar e inevitablemente al pensar llego a ti. Me vuelvo vulnerable ante mis propios ataques. Creo que no hay angustia más inmensa que la que la conciencia causa al aferrarse a sus recuerdos y martirizarse una y otra vez por todo lo que pudo ser distinto. Ni el amar tanto es tan angustioso como mi cabeza cuando prolifera ¿Cómo defenderse de uno mismo? ¿Cómo inventar defensas y que los pensamientos no se enteren? ¿Cómo? Por eso hay música a perpetuidad, porque por mucho que una que otra canción me susurre tu nombre, con tu nombre viene la felicidad, aunque dure 4:48 minutos y se titule “Mientes tan bien” y sea cantada por Sin Bandera.
Sea quien sea que sea su intérprete es tu voz la que escucho sonar perdida entre las corcheas y los staccato y pese a que hay momentos, por muy extintos y resucitados, así como improbables y descuidados, en que no suena canción alguna, en mi mente siempre hay un disco tocando. No me gusta el silencio.

Hoy llovió con un sol brillando en una exhalación, efímero y misterioso, mientras mis pantalones se iban marcando de gotitas hasta quedar empapados. No podía ser mejor: La bicicleta, el camino, la música, la lluvia. La mixtura perfecta para provocar un orgasmo al espíritu, por lo menos al mío.

Miré el reloj, ya jadeando y muerta de sed y marcaba las 5:16 pm. Era hora de volver a casa, pero nunca es tarde para una última vuelta, así que desvié la ruta un par de cuadras, recalculando el recorrido para que coincidiera con la duración de una canción.
Ya cuando comenzaba el coro con su “Mírame y dime si esto no es amor” te apareciste en mi retina diciendo algo en jerigonza o no sé, pero algo, riendo tan hermoso como puede ser una sonrisa cargada de amor, con la senectud del tiempo transgredida, con los brazos abiertos suplicantes por cobijar mi espalda y antes de darme cuenta estaba de boca en el piso, con las manos sangrando, con piedras incrustadas en las rodillas, los codos en carne viva y ganas de llorar como una niña de cinco años que le teme al cuco (Sigo siendo la niña de cinco años que le teme al cuco ¿Recuerdas?).
Se puso celosa…
Se suponía que éramos las dos, el camino y la música. Le fui infiel y sólo me pedía una hora al día. Le dolió y quería mi dolor por lo que soltó sus cadenas y no quiso ceder. Me lanzó lejos, directo a la calle, anhelando mi muerte por atropello…Típico de mujer despechada.

No quiso volver a andar. Estúpida bicicleta.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

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