Rescátame de ésta miseria de
vivir buscando tus ojos en cualquiera que vea pasar sin encontrar ni rastro de
mis añoranzas, esos donde el mar podía hundirse y desaparecer para siempre tranquilo.
Los ojos que alguna vez robaron mi cordura.
Esta miseria de necesitarte al
despertar y en cada segundo del día, todos los días, todos los años, viviendo
de la esperanza disoluta de verte pasar haciendo de cuenta que el tiempo no ha
transcurrido entre nosotros, que lo dicho, no se dijo jamás, que nuestras manos
nunca vagaron huérfanas…Que tú sigues siendo mío.
Me agota mi propio afán por
sacarte de mi cabeza de una vez y por todas, tratando desesperadamente de
reemplazarte con cualquier luz que se asemeje a la tuya, pese a que sea sólo
una ilusión destinada al fracaso desde el minuto en que nació. Nadie se parece
a ti, por mucho que intente convencerme de lo contrario.
Rescátame de esta miseria y regálame el futuro que nos
prometimos cuando éramos críos, pero que hoy es menester recuperar. Nunca es
tarde para enmendar el daño. Era ciega y ahora puedo ver. No estás.
No encuentro consuelo en mis conversaciones
con el mar porque necesito conversar contigo de la ausencia crónica de todo lo
que pudimos ser terminando siendo nada, incluso cuando lo fuimos todo. No hay
consuelo en mi descanso porque apareces tal como te vi la última vez con los
galardones que le ofrecías a mi corazón y la luna que pusiste a mis pies. Era
ciega y no supe que me pertenecía tu cariño desde que nos conocimos ni que
agonizaba tu espíritu al relegarte a mi indiferencia. En ese momento no tenía
nada más por ofrecer. Había piezas de mí esparcidas por todo el lugar sin poder
componer el personaje que te gustó.
Anoche soñé que te volvía a ver
caminando en la misma dirección que mis pies, sin rencores y con las ilusiones
renovadas. Lo supe porque te vi reír. Después yo corría por un pasillo como
escapando de algo que me perseguía desde el principio de los tiempos para
cobrarme la vida y al acabarse el camino, un balcón desplegado con vista al
océano tenía una mesa donde muchos de los que presenciaron el derrumbe de
nosotros, se encontraban riendo. Tú estabas de espaldas, pero sabía que eras
tú. Tú sabes por qué. Toqué tu hombro reconociendo en el tacto que ya no había
el rencor que me profesabas y que tus heridas cicatrizaron sin dejar marca.
Hubo un lapsus. Recuerdo las cosquillas propiciadas entre los dos y tus dedos
jugando con mi cabello, ahora mucho más corto y algo más claro de lo que
conociste, sentada en tus piernas porque no había otro sitio donde hacerlo, no
había sitio más seguro ni más familiar. Había vuelto a casa. Era la misma que
construimos entre charlas inocuas, la famosa casa submarina para que yo pudiera
invitar a tomar el té a la sirenita. Desperté.
Rescátame de esta miseria
porque ya extrañarte como lo hago me agota la vida y ya no estoy segura de que
exista algo después de la muerte o si es que la muerte dejará de ser mezquina,
conformándose con alejarse de la
felicidad para que podamos… Estoy tan cansada de todo esto que ya ni ganas de escribir me quedan, renunciando así
a la posibilidad de que algún día por cualquier razón escudriñes una de las
piezas que no pude encontrar y veas que
mis intenciones son puras, que mi arrepentimiento es sincero, que ahora soy yo
la que te trae la luna y que si escribo es para ti.
Renuncié a lo que más me
aferraba con tal de ti, pero parece que ya no es suficiente. No sé qué más
hacer. No sé dónde buscarte. No sé si ya me olvidaste o si me sigues odiando.
Te pido que me odies a que me
dejes de pensar. Ódiame si eso sirve para curar tu corazón después de no
haberlo cuidado cuando lo tuve en mis manos. Ódiame si te da paz. Ódiame si la
melancolía te ataca robándote la sonrisa. No resignes tu sonrisa. Ni siquiera
por mí.
Rescátame de esta miseria por
piedad. No es de cristianos dejar en agonía a un moribundo. Ven a rescatarme
pronto o ahógame en las profundidades de tu olvido, pero ahógame y no vuelvas a
aparecerte en mis sueños, ni en mi inconsciencia, ni en mis pensamientos.
Cierra para siempre lo que nos conecta. Libérame de ti y deshace lo que hiciste
conmigo, porque no puede ser natural todo esto y sé de lo que hablo y tú también, porque para
bien o para mal, conoces mi naturaleza y
lo que llevo a cuestas y por la misma razón traigo arraigado un
presentimiento con respecto a ti desde un tiempo después de dejarnos de hablar
que sigue luchando para generar ruido en
mi interior, inquietud en mi andar y con los sentidos espabilados para no pasar
nada por alto. Todavía quedan puertas medio abiertas y ahí estoy,
esperándote hasta el día que decidas
regresar, mientras tanto seguiré respirando de tu ausencia y dedicándole una
oración a tu alma complicada. Sigo aquí,
en el umbral peleando con el tiempo por insolente al hacerme creer que 7 años tú pudieras
guardar tu amor, tras no hablar hace 3, tras no hablar sin pelear hace 4, tras
enseñarme a parpadear cuando lo perdí todo hace 2, por no sacar de mi cabeza lo
relativo a tu nombre desde hace 1, por tenerme aquí angustiada sobre el computador
desde hace una hora, por suplicar amnistía y expiación para mis errores hace 10 minutos y por
preguntarle a Dios hace 1 segundo el motivo de tanto mal… Insolente.
Ésta es la miseria… La vida
sin ti.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
No hay comentarios.:
Publicar un comentario