sábado, 22 de abril de 2017

MATEO 7:7




Pedí absolución y la tuve. Cargar la cruz costó menos cuando el camino dejó de ser empinado, mostrando después de tanto tiempo, la hermosura de un amanecer.
Ya no hubo clavos en las manos. Se habían borrado mis pecados.

Pedí que me quitaran la memoria, y ahora sé muy poco, casi nada, como si gran parte de mi vida hubiera sido extirpada, cual tumor donde no correspondía, quedando sólo una cicatriz mal hecha recordando lo olvidado ¿Qué será? Ni puta idea.

Quise empezar de cero, para esta vez hacer las cosas como corresponde: Bien y a la primera. Resultó, por lo menos hasta aquí. Cambié la casa, cambiaron los muebles, las flores, los jarrones, los libros y los cobertores, renovación de otoño sacando las telarañas del balcón, guardando el árbol de pascua (Sí, en abril, servía de adorno al lado de las otras plantas. Relleno de plástico, si se quiere), para hacerle espacio al "visitante permanente" acarreado por el éxodo universitario que sufrimos los que somos de lejos...

Pedí descanso, y la revoluciones comenzaron a bajar en caída libre hasta detenerse el motor. No me gusta. No sé qué hacer con tanto tiempo libre. Prefiero la vida a contrarreloj, dormir poco y estresarse como si fuera por deporte. La flojera llama flojera...


Pedí tranquilidad y se fue tu nombre a perder entre la bruma. Hoy los días son claros, pero sin dejarme sentir el calor del sol, como si tuviera que sobrevivir del recuerdo de sus rayos dorándome la piel en días parecidos a los que se presentan tras cada anochecer cargado de frío con su hielo en suspensión.

Pedí que se apagaran los incendios... Ahora hay desolación.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

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